San Miguel de Allende:4 lugares de leyenda que tienes que visitar.

Avenidas intrigantes, viejas iglesias y casonas y callejones fantasma.

Aguarda infinidad de historias que nos recuerdan que la emoción de la vida siempre resalta en contraste con la muerte.
Que ésta llega de las formas más inesperadas, escondiéndose detrás del amor, odio, pasión y miedo.

Para revivir el suspenso, solo hace falta darse una vuelta por la calle Cuadrante en la zona centro, transitar la Carretera a Celaya, caminar por el Callejón de Piedras Chinas o detenerse en la esquina del Callejón de Los Suspiros, donde hasta nuestros días pueden experimentarse sucesos inexplicables que ya se han convertido en populares leyendas y relatos que,  no sólo acompañan día a día a los guanajuatenses, sino que invitan a los turistas a detenerse en esta hermosa ciudad colonial.

Calle Cuadrante, San Miguel Allende, Guanajuato
Hay una casa, en el número 18 de la calle Cuadrante, que fue construida en 1780 y perteneció a una familia de apellido Castilblanque. En esa habitó un consejero de la Santa Inquisición que, a su muerte, quedó atrapado entre sus muros y, desde entonces se le escucha vagar por sus pasillos, patios y recovecos.
Hace unos años, un joven empresario adquirió la casa, era una propiedad hermosa a la cual no pudo resistirse, como si hubiera algo dentro de ella que le hubiera llamado la atención. Los primeros días transcurrieron con normalidad; sin embargo, con el paso del tiempo comenzaron a ocurrir algunos sucesos que comenzaron a inquietarlo: ruidos a medianoche, pasos en las habitaciones y objetos que se extraviaban sin ninguna explicación.

Una noche, mientras dormía, una extraña música y un tumulto de voces lo despertó de repente. El ruido provenía de la sala. A duras penas y temblando de miedo dejó su cama y lentamente bajó las escaleras, de repente apareció ante sus ojos un grupo personajes vestidos a la usanza antigua que murmuraban sin parar. La música y las voces que lo habían despertado ahora se escuchaban lejanas y no podía distinguirse ni una sola palabra de lo que decían.
Aturdido entre la multitud, sintió el peso de una mirada; al fondo de la sala, distinguió entre la neblina a un hombre vestido con traje oscuro que no le quitaba los ojos de encima.  Sus ojos brillaban en un color naranja como si dentro de ellos hubiera fuego. Era el Inquisidor, lo supo al verlo, por lo que corrió al instante a esconderse en su habitación, rápidamente cerró la puerta y se metió a la cama y cerró los ojos esperando con ansias a que salieran los rayos del sol.
   
El Puente de Fraile, San Miguel Allende, Guanajuato
En la antigua carretera de San Miguel a Celaya existe una antiquísima construcción de piedra conocida como el Puente del Fraile, cerca del Puerto de Calderón antes llamado Puerto de Bárbaros.  Si vas sobre la actual carretera y volteas a tu derecha, verás el antiguo camino y un puente que lo cruza.
 
Cuenta la historia que, en 1575, en tiempos de guerra y de conquista, los frailes franciscanos Fray Francisco Doncel y Fray Pedro de Burgos iban a entregar dos figuras de un Cristo, pero fueron emboscados y asesinados por los chichimecas en ese lugar. Sin embargo, en épocas modernas muchas personas tuvieron accidentes automovilísticos a la altura del puente y los pocos que han sobrevivido cuentan que antes de que su auto se desbarrancara, vieron un hombre vestido con el hábito de los franciscanos parado a la mitad del puente, quien les hizo perder el control del coche.
 
Por eso, las familias que van al río tratan de irse antes de que la obscuridad llegue para evitar encontrarse de frente con alguno de los frailes y, aunque los accidentes han cesado, aún hoy en día, los habitantes de la región dicen ver a uno o dos frailes caminando en las cercanías.
 
Callejón de Piedras Chinas, San Miguel de Allende, Guanajuato
Hace muchos años había en San Miguel un grupo de siete músicos que tocaban toda la noche y de madrugada.  Una noche, al terminar su jornada, escucharon que una carreta iba bajando por el callejón del Piedras Chinas, lo cual fue muy extraño ya que es un callejón estrecho. Cuando salieron a ver lo que ocurría, la carreta se detuvo y de ella bajó un hombre elegante que llevaba un sombrero que no dejaba ver su rostro.
El hombre misterioso les pidió que fueran a tocar a una fiesta. Los músicos dijeron estaban muy cansados y querían irse a dormir, pero él les prometió comida, diversión y buen dinero si lo acompañaban. Además, les dijo que cuando acabaran de tocar él mismo los llevaría de regreso a Piedras Chinas.
 
Después de tal ofrecimiento, los músicos aceptaron, pero sólo seis de los siete cupieron cómodamente en la carreta. El hombre de sombrero se dirigió al trompetista que no se pudo acomodar y le dijo: “anda tu mejor vete a casa que con ellos armaremos en la fiesta”.
 
La carreta partió y, extrañamente, durante el camino no sintieron el golpeteo habitual de las piedras del callejón, por lo que ansiosos se asomaron a los costados para descubrir que estaban flotando y debajo de ellos yacían los campos de magueyes y nopales.
Finalmente, después de unos minutos, muy temblorosos los seis músicos llegaron a una hermosa y lujosa hacienda. Sin oportunidad de arrepentirse, pero con muchas ganas de salir huyendo, los hombres comenzaron a reconocer en los rostros de los asistentes a algunos vecinos de San Miguel que ya habían muerto.

Callejón de los Suspiros, San Miguel de Allende, Guanajuato
Hace mucho tiempo, en la calle de Terraplén vivía un chiquillo que todos los días tomaba el mismo camino hacia la escuela: primero caminaba por la calle de Terraplén, daba vuelta en Tenerías, para después pasar por el callejón de los Suspiros y, finalmente, tomar el camión en la esquina con Zacateros.
 
Pero un día, algo extraño sucedió: en su camino se atravesó un enorme perro negro que lo miró fijamente y enseñándole los colmillos de manera no muy amable, le impidió el paso. Muy asustado, al regresar a su casa, le contó lo sucedido a su hermano quien le aconsejó simular tomar una piedra para espantarlo.
 
Al siguiente día, el pequeño tomó su camino como siempre y mientras caminaba, casi se podían escuchar sus rezos para no encontrarse con el mismo perro.  Al llegar a la esquina del Callejón de los Suspiros, su miedo se hizo realidad: el perro estaba frente a él.  Sin quitarle los ojos de encima, el niño agarró una piedra del piso, pero al fingir aventarla, el perro solo enrabió aún más, por lo que el niño regreso corriendo a su casa de donde no quiso salir más.
 
La madre, preocupada, colocó una cruz al niño, dándole la orden clara de no quitárselo en ninguna circunstancia. Desde entonces, el pequeño nunca volvió a encontrarse con el rabioso perro negro que lo acechaba.  Cuenta la leyenda que, todavía en nuestros días, este perro no sólo se aparece a niños, sino a alguno que otro transeúnte que pasa por el Callejón de los Suspiros.

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